domingo, 31 de mayo de 2015


El silencio era la única respuesta. El silencio llevaba acompañándola tanto tiempo que el sonido de las voces parecían el eco del pasado intentando surrurarle al futuro que no fuese tan ingenuo como el presente.

Era otro viaje en tren con la única compañía de una viaja polaroid del 89, que podría contar mas historias que todos los pasajeros de aquel desolado vagón, y un cuaderno de tapas de cuero al que no le quedaban suficientes páginas en blanco para ser ocupadas por historias inventadas en viajes sin destino. Aquellos momentos a solas rodeada de desconocidos la hacían sentir como en casa, y es que tal vez su lugar no estuviese en ningún lugar.

Escribía con el propósito de sentirse en otros lugares, en sitios mejores. Con otras personas, con personas mejores. Había días que se sentía vacía y otros era la persona mas feliz del mundo. Leía para sumergirse en mundos desconocidos en los que todo era posible.

Le gustaba ver como entraba la luz del sol a través de las persianas medio cerradas. Y le gustaba observar las nubes y como se movían tan rápido, ójala ella pudiese moverse a esa velocidad.

Disfrutaba escuchando mil veces la misma canción, una y otra vez hasta que se aprendía las letras de memoria.

Soñaba con otras épocas, con historias inventadas, con otros lugares, con otras personas, con otros mundos, con el sol y con la luna y con las nubes y con las estrellas, y con canciones de melodías inconexas. Tan inconexas como ella que no sabia ni como era. Una chica inconexa con sueños inconexos, historias inconexas que dejaba a la mitad porque se encariñaba de sus personajes y no los queria abandonar. Ella misma se sentía como una melodía que aún no se había convertido en una canción.

Lía. Antes Celandine, y creedme ha sido muy difícil decirle adiós a Celandine pero ya era hora de avanzar.